Ayer me levanté con versos
en la comisura
de los labios
busqué la realidad
de la ciudad desnuda,
niña que llora por la leyenda urbana
del profeta abandonado en la memoria de lo cotidiano.
Me vestí de cicatrices grabadas en la madrugada
busqué en el cajón izquierdo de mi pecho
las tres letras de mi nombre,
el asedio atrapó la dolencia
de las ruinas,
salí con piel transparente
y sed incontenible debajo de la lengua.
Los pies danzaban en la neblina del silencio,
cadáver del cielo
que cruza la divinidad del mundo.
En las esquinas del recuerdo,
la bravura de
mis ojos
lee la memoria de los muertos,
reflejo de gritos en días enterrados.
Las palabras guardan el eco de la sangre
las manos recobran el asombro
de la infancia.
La muerte es un juego inocente en estas calles…
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