26 de mayo de 2017

Autorretrato

                                                      

Abrí los ojos una noche de agosto

con la lluvia rapaz de la 

madrugada,

nocturna ave dijo mi Padre,

mi Madre predijo el destino

en mis pupilas.



Niña que canta bajo el ritmo 

frenético de las calles,

escondida en el barco lejano

habitado por las alas

de los gorriones dormidos.



Esta ciudad que me habita

me guarda en el viejo armario de sus vagones,

ciudad de asfalto

donde los gritos son ecos de los muertos,

ciudad que olvida mi nombre entre sus grietas.



Envejece el tic-tac del reloj

los patios de llenan de silencio,

la imagen borrosa de mi Padre

permanece en el espejo de la infancia.



Soy la hija hambrienta de la memoria

la que en el fluir de la sangre

lleva la silueta del abuelo

macerada en las horas del sol,

los pasos entre las sábanas

de flores marchitas y

el último aliento de la Abuela

cuando nació mi Madre.



Soy la desconocida que abraza

el tiempo curtido del maíz,

la lluvia de los funerales

y la tierra húmeda donde quedó mi Padre.


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