Abrí los ojos una noche de agosto
con la lluvia rapaz de la
madrugada,
madrugada,
nocturna ave dijo mi Padre,
mi Madre predijo el destino
en mis pupilas.
Niña que canta bajo el ritmo
frenético de las calles,
frenético de las calles,
escondida en el barco lejano
habitado por las alas
de los gorriones dormidos.
Esta ciudad que me habita
me guarda en el viejo armario de sus vagones,
ciudad de asfalto
donde los gritos son ecos de los muertos,
ciudad que olvida mi nombre entre sus grietas.
Envejece el tic-tac del reloj
los patios de llenan de silencio,
la imagen borrosa de mi Padre
permanece en el espejo de la infancia.
Soy la hija hambrienta de la memoria
la que en el fluir de la sangre
lleva la silueta del abuelo
macerada en las horas del sol,
los pasos entre
las sábanas
de flores marchitas y
el último aliento de la Abuela
cuando nació mi Madre.
Soy la desconocida que abraza
el tiempo curtido del maíz,
la lluvia de los funerales
y la tierra húmeda donde quedó mi Padre.
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